Caso Karadima: ¿Cómo se exorciza una estructura?
La perversión empresarial asociada al caso Karadima y sus círculos de poder existentes al día de hoy
Este no es un caso de ocultismo folclórico, sino de alta perversión en el corazón del poder chileno. Es la historia de cómo una parroquia de élite en la comuna de El Bosque se convirtió en el epicentro de un culto de abuso, manipulación y corrupción 'mística', cuyas réplicas aún resuenan en la actualidad. Es un tema profundamente sórdido y complejo llevado a cabo en la Parroquia Sagrado Corazón de Jesús en la comuna de El Bosque (no confundir con la de Providencia). Una zona de clase media-alta, pero no de la élite tradicional, esto es clave ya que era un espacio de ascenso social para ciertos sectores como familias conservadoras, padres profesionales (abogados, médicos, empresarios) que buscaban una formación espiritual "firme" para sus hijos en los años 80-90, época de vorágine y cambios sociales.
Surge así la figura del padre Fernando Karadima que se levantó como la encarnación del carisma pervertido: no era un sacerdote marginal. Era un "formador de élites", un "director espiritual" con enorme influencia que sabía conectar con las aspiraciones y los miedos de adolescentes y también de adultos. Recibía en su casa a senadores, empresarios y figuras públicas ya que su poder no era solo religioso, era también social y económico. Su blanco principal eran adolescentes varones (14-18 años) de colegios católicos, sensibles (para no decir afeminados) y con cierta inseguridad o búsqueda espiritual. Karadima los distinguía y los invitaba a retiros espirituales y reuniones privadas en su casa, separándolos así de amigos "no adecuados" y hasta de sus familias si estas cuestionaban. En su modus operandi el cura usaba el sacramento de la confesión para extraer secretos, inseguridades y pecados íntimos, información que era luego usada para control. Su hostigamiento físico comenzaba con "abrazos espirituales", luego "toques para sanar", progresando a contactos sexuales presentados como "una forma especial de amor divino", "un sacrificio por Jesús" o "una prueba de entrega total". Su círculo íntimo o "La Corte" como le denominaba, era un grupo de jóvenes adultos favoritos, a menudo abusados, que se convertían en victimarios secundarios. Reclutaban a nuevos chicos, vigilaban y castigaban desviaciones. Ejemplos: James Hamilton, José Andrés Murillo (luego denunciantes) y otros. Los favores de Karadima (recomendaciones para universidades, empleos, ascenso social) eran moneda de cambio. La lealtad se pagaba con protección y movilidad social. La deslealtad, con destrucción social y acusaciones de "estar poseído por el demonio de la duda". En esta línea, las "Juntas" en su domicilio no eran solo reuniones, eran rituales de cohesión grupal para inducir estados de sugestionabilidad. Había una sesión de testimonios públicos de "Conversión" donde se le alababa, "Lavados de Pies" simbólicos invirtiendo el símbolo evangélico (el maestro es servido) y confesiones públicas de "Falta de Fe" (culpabilización), en donde constantemente se besaba un crucifijo justo después de un episodio abusivo, fusionando así el trauma con el símbolo sagrado. Esto es magia negra en su esencia, es decir, el principio de usar la carga emocional de un símbolo (según ellos) sagrado para sellar un acto profano.
Influencias y Corrupción
Esto no pudo durar 40 años sin una red explícita o tácita de encubrimiento. La investigación judicial y periodística reveló que obispos y cardenales sabían de estas prácticas y trasladaban sin cuestionamientos al mismo Karadima y a las víctimas (Francisco José Cox, Tomislav Koljatic). Se constató también que abogados poderosos actuaron en bloque con el firme propósito de desacreditar a las víctimas contando también con el apoyo de figuras Públicas y de medios conservadores (prensa, tv) que, incluso después de la condena canónica de 2011, defendieron al párroco como víctima de una "cacería" ya que proteger la Iglesia era más importante que la verdad. (El "mal menor" era encubrir).
La Iglesia católica, al final, hizo un "exorcismo institucional", es decir investigó, condenó y despojó (a su modo) a Karadima de su estado clerical. Pero, ¿puede una institución que albergó el abuso sistémico ser la misma que ofrezca la "solución" a estos temas?. La Santa Sede lo encontró culpable de abusos sexuales a menores y de "abusos de poder y conciencia". Fue sentenciado a una vida de "oración y penitencia" en un retiro, sin ministerio público. Los procesos criminales en su contra fueron archivados debido a su avanzada edad y demencia diagnosticada (un cuadro de demencia senil), considerándolo "inimputable" y así murió en el año 2021. No hubo un juicio oral que estableciera culpabilidad penal.
Varias víctimas ganaron demandas civiles contra la Iglesia Católica chilena, obteniendo así indemnizaciones por daños morales. Esto estableció la responsabilidad institucional de la Arquidiócesis de Santiago por encubrimiento. Figuras clave como James Hamilton, José Andrés Murillo y Juan Carlos Cruz se convirtieron en símbolos globales de la lucha contra los abusos del cristianismo en suelos nacionales. En el proceso final el foco se desplazó hacia los encubridores en investigaciones y procesos canónicos contra obispos y cardenales que supieron y no actuaron (como Francisco José Cox o Tomislav Koljatic).
La muerte de Fernando Karadima en 2021 no borró las huellas de su obra oscura. Al contrario, selló la paradoja de un hombre que, bajo el disfraz de guía espiritual, convirtió la (falsa) fe en instrumento de sometimiento y su símbolo 'sagrado' en herramienta de perversión. Su desaparición física no clausuró la historia: las cicatrices siguen abiertas en las vidas de quienes fueron marcados por su poder y en la memoria colectiva de un país que descubrió que el mal podía habitar en el corazón mismo de su corrupta religión. El fin biológico de Karadima no fue un verdadero final, sino un eco que obliga a recordar que la judeo cristiandad muestra, de tanto en tanto, su cara verdadera como el más devastador de los cultos religiosos.
El Mapa del Corazón Oscuro
En el estante de lo macabro, donde coleccionamos grimorios y relatos de posesiones, hay un volumen que no brilla con letras doradas ni huele a azufre. Su cubierta es discreta, pero su contenido contiene uno de los manuales más precisos y aterradores sobre la verdadera naturaleza del mal que se haya escrito en Chile. No habla de demonios con cuernos, sino de hombres con alzacuellos. No describe rituales en bosques, sino misas en El Bosque. Es "El Mapa del Corazón Oscuro" de Mónica Rincón, y es, quizás, el texto más importante para entender el ocultismo real que opera en los pasillos del poder. La periodista no se propuso escribir un tratado esotérico. Su misión fue forense: desentrañar la red que permitió a Fernando Karadima construir un imperio de abuso durante cuatro décadas. Pero en ese despiece meticuloso, Rincón nos entrega, sin quererlo, el grimorio definitivo de la magia negra institucional. Aquí no se invoca a Satanás con cantos en latín; se lo invoca con llamadas telefónicas a obispos, con informes psiquiátricos amañados y con la sacramental fórmula del "por el bien de la Iglesia".
Lo primero que salta en este mapa es la alquimia verbal. Karadima no era un bruto. En sus páginas se documenta cómo su poder residía en una perversión lingüística diabólica: tomaba las palabras más usadas en el cristianismo—"amor", "pureza", "entrega", "sacrificio"— para llenarlas de veneno. Lo que en el devocionario es entrega a Dios, en su sacristía privada era sumisión sexual. Esto no es simple hipocresía. Es nigromancia semántica. Es el mismo principio que usan los magos del caos cuando toman un símbolo cristiano y lo invierten para su propio poder: desecrar para dominar. Karadima hizo de la sacristía su templo invertido, y de su grey, su congregación de sometidos.
Pero el verdadero hallazgo de este "mapa" es la cartografía de la red viva. El corazón oscuro no latía solo en el pecho de Karadima. Era un órgano compartido por una entidad parasítica mayor: la red eclesiástica y social que lo protegía. Rincón pone nombre y apellido a los sumos sacerdotes de este culto al silencio: obispos como Francisco José Cox, que sabía y trasladaba; cardenales que miraban para otro lado; abogados que desacreditaban víctimas; familias poderosas que preferían el estatus a la verdad. Esta no es una conspiración; es un ecosistema y funciona con las mismas reglas de un egregor ocultista: una entidad psíquica alimentada por la energía de sus miembros (en este caso, por su lealtad corrupta, su miedo al escándalo, su ambición). Este egregor no tenía rituales escritos, pero sus liturgias eran las reuniones de la curia, sus ofrendas eran las carreras sacrificadas, su comunión era el pacto de silencio.
El final del libro—y de la historia real—no es catártico. No hay un exorcista que llegue con agua bendita y reciba el mal en su cuerpo. La justicia canónica llegó tarde y la justicia penal nunca llegó para el propio Karadima, declarado inimputable. ¿Cómo se exorciza una estructura?, ¿cómo se expulsa un demonio que no habita en un cuerpo, sino en los intersticios de una institución milenaria?. Rincón no da respuestas fáciles. Su libro es, en sí mismo, un acto de contramagia: la luz fría de la reportería como antídoto contra el hechizo del secreto. Cada testimonio documentado, cada documento citado, cada conexión expuesta, es un símbolo de sal trazado sobre el portal que este culto oscuro intentó mantener cerrado.
Asistentes a las "Tertulias" y Fiestas en su Casa de El Bosque
Las "fiestas" de Karadima no eran raves. Eran tertulias sociales con un componente espiritual y de networking poderosísimo. Asistir era un símbolo de estatus dentro de un cierto sector del catolicismo conservador santiaguino. Entre las figuras públicas identificadas en reportajes como invitados y/o asistentes encontramos a Joaquín Lavín: Ex alcalde de Santiago, ex ministro y varias veces candidato presidencial. Actualmente enfrenta un proceso judicial tras ser desaforado como diputado en octubre de 2025, lo que permite que se le investigue penalmente por delitos como fraude al fisco, tráfico de influencias y malversación de caudales públicos. Su vínculo es de los más documentados. Fue "hijo espiritual" en su juventud, asistente frecuente y, según múltiples testimonios (incluidos los de víctimas como James Hamilton), uno de los miembros más cercanos del "círculo íntimo" en los 80 y principios de los 90. Lavín ha reconocido públicamente haber sido dirigido por Karadima, pero negando conocimiento de los abusos. Andrés Chadwick: Procesado judicialmente por corrupción y tráfico de influencias, ex senador y ex ministro del Interior de Sebastián Piñera. También identificado como parte del círculo cercano en su juventud. Su nombre aparece en las investigaciones como uno de los asistentes a las reuniones.Pablo Longueira: Cesado de sus funciones políticas por corrupción y accionar en contra de la patria. Ex ministro y ex candidato presidencial. Su nombre ha surgido en el entorno del círculo, aunque con un perfil quizás menos central que Lavín o Chadwick.
Empresarios y Abogados de Elite, como Humberto de la Cruz: Abogado y ex rector de la Universidad San Sebastián. Figuraba como uno de los abogados defensores de Karadima cuando estalló el caso, lo que indica una lealtad y vinculación profundas. Varios abogados de estudios prestigiosos y gerentes de grandes empresas formaban parte del entorno. Sus nombres completos suelen protegerse más en la prensa, pero son parte de la red de poder económico que sostenía el entorno karadimista.
"Hijos Espirituales" que alcanzaron notoriedad: Felipe Berríos, el famoso cura capuchino y telepredicador. En sus inicios, fue formado espiritualmente por Karadima. Berríos ha sido muy claro al respecto: reconoce que Karadima fue su director espiritual en su juventud, pero también ha sido enfático en condenar los abusos y separarse por completo de ese pasado. Es un caso de alguien que logró escapar de la órbita y construir una identidad propia y crítica.
Cuando estalló la crisis, varias figuras públicas salieron a defender a Karadima en medios, desacreditar a las víctimas y minimizar los hechos. Esta defensa fue un indicador potente de su lealtad al "gurú" y al sistema. Joaquín Lavín (nuevamente): Fue uno de los primeros y más vehementes defensores. En 2010, antes de la condena canónica, dio declaraciones apoyando a Karadima y cuestionando a los denunciantes. Hernán Larraín: Ex senador y ex ministro de Justicia. También salió a defenderlo inicialmente. Patricio Fernández (el periodista): Director del diario The Clinic. En columnas de la época, se mostró escéptico y planteó dudas sobre las acusaciones, un hecho que luego fue muy criticado. Algunos columnistas de medios conservadores como El Mercurio y La Segunda publicaron editoriales y columnas cuestionando la credibilidad de las víctimas y presentando a Karadima como un perseguido.
El Muro de Silencio y la Elite Eclesiástica
Las "fiestas" más importantes ocurrían a otro nivel: las reuniones con obispos y cardenales que visitaban su casa. Aquí no hablamos de figuras públicas mediáticas, sino del poder real dentro de la Iglesia. Los nombres claves son: Francisco José Cox: Ex arzobispo de La Serena. Era sobrino de Karadima y su principal protector dentro de la jerarquía. Sabía de los abusos y, en lugar de actuar, trasladaba a las víctimas (como a Juan Carlos Cruz) o protegía a su tío.Tomislav Koljatic, Obispo de Linares. Otro de los protegidos de Karadima que, según las investigaciones, conocía los hechos y no actuó.
La investigación demostró también cómo los cardenales Francisco Javier Errázuriz y su sucesor, Ricardo Ezzati, manejaron las denuncias con una lentitud y opacidad que permitieron la impunidad por años. Errázuriz fue especialmente criticado por sentarse sobre las denuncias.



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